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Decia Séneca que la naturaleza no da la virtud y que el llegar a ser bueno es un arte.


El arte de ser bueno

05.01.2013 
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DECÍA Séneca que la naturaleza no da la virtud y que el llegar a ser bueno es un arte. Lo que no sé si afirma Séneca en algún otro lugar de su obra y yo ignoro es si será verdad que el arte sea el reflejo que dicen que es de los tiempos en los que se produce; al menos de los tiempos buenos. Eso por una parte; por otra, cuáles son los tiempos buenos, cuáles los malos y, sobre todo, quién decide no sólo lo que es buen o mal arte sino ya tan sólo arte.
El caso es que no hemos de ser pocos los que le demos la razón al cordobés romano y universal. El ejercicio de la virtud requiere una ascesis muy relacionada con aquella que los místicos necesitaban para llegar a la tercera vía de su condición; recuerden, la purgativa, la iluminativa y la unitiva: por medio del trabajo, de la extenuación física accedías a la luz que te dejaba vislumbrar el misterio divino y, persistiendo en ello, conseguías sentir la ansiada unión, el ser uno con el misterio; en nuestro caso, con el misterio que nos ocupa: el del arte, por un lado; o el de la bondad, por el otro.
Soy de los que cree que el hombre no es bueno por naturaleza sino que, por naturaleza, precisamente, por naturaleza es un animal en el más estricto sentido del término. Lo que ocurre es que, afortunadamente en no pocos casos, la condición humana es quien lo redime del animal que anida dentro de cada ser humano. Estoy más cerca de entender las cartas de Lord Chesterfield a su hijo que de las consideraciones expresadas en "el buen salvaje", si nadie me reprocha que lo escriba así.
A cuenta de estas más que discutibles divagaciones me atrevo a exponer el hecho de que, desde que el ejercicio artístico se convirtió en un trabajo fácil y dejó de ser una accesis, el número de practicantes, el número de artistas, ha crecido de modo exponencial. Ser pintor, ejercer de escultor, redactar textos mínimos o parafrasear textos ajenos, abusando de eso que se llama ahora intertextualización, es algo que ha proliferado de tal manera que asusta constatar el aumento de los considerados artistas y de la dificultad de distinguir, entre ellos, a los buenos de los malos.
Súmenle a ello el trastoque habido en el sistema de valores imperante hasta la fecha, el burgués pese a todo, y pasen un rato cavilando sobre lo que se nos viene encima. Háganlo considerando la bondad artística y la necesaria virtud de la bondad social tan necesitadas, tan apoyadas de o por un bienestar como el disfrutado hasta ahora mismo, de modo que no tendremos más remedio que empezar a echarlo de menos en un plazo, de semanas o de meses, quién sabe, pendientes que estamos de cualquier chispita que incendie la mecha incendiaria de la puerta colectiva que abra las del recinto en el que ha estado confinado el animal interior que a todos nos ocupa.
Escritor, Premio Nadal y Nacional de Literatura

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